Hacia el Norte





Se entrevén luces en las ventanas. Cálidas. Desde donde me encuentro, tres chiquitas y una grande. Lucecitas cuelgan desde el barandal de la entrada, y también desde el techo. Amarillas. Siempre me gustó el color amarillo. Contrasta con el violeta del cielo, azulado a medida que los minutos se llevan lo que queda del Señor Sol. ¿A qué hora llega la Señorita Luna? - susurra una voz diminuta a mi lado. ¿Pueden las voces ser diminutas?

Agotamiento. Sed. Todo sucedió tan fugazmente como aquella estrella que cayó, que arrasó con las formas conocidas, con lo normal, dirían los grandes. 

Pero todo sigue siendo normal, pienso yo. Los pinos son altísimos, de color verde. Las casas tienen techitos a dos aguas, como la que logro ver en este momento. Tienen chimeneas humeantes, y un caminito que nos lleva a ellas. Los sillones, siguen siendo rojizos. Tal vez más naranjosos, dirían los grandes. O tal vez no usarían el término naranjoso. No sé. ¿En qué pensás?- vuelve a susurrar la vocecita. No la veo, me desespera. Pero las voces no se ven- me dice con tono juguetón. 

No tengo miedo. No tengo miedo porque me hice una trenza, en ella se quedan enredados todos mis miedos. ¿Tengo miedo? 

Camino, paso firme. Hay un farol en una esquina de la casita, con luz cálida. Hay planitas también, tan verdes como los altos pinos. Florcitas blancas. Así se llamaba mi amiga, Flor. Espero encontrarla pronto. Todo fue tan fugáz como la estela que se desprendió de aquella estrella. Bellísima. Devastadora. Estela se llama mi abuela. Suele contarme historias. Espero encontrarla pronto también. 

La puerta de la casa es de madera. Parece pesada. ¡Señorita Luna! ¡Señorita Luna!- exclaman, ahora un coro de diminutas vocecitas, que juntas son menos diminutas. Ahora las veo, tan hermosas. Tan destructivas. Se parecen a mis pensamientos. Las cortinas se están cerrando lentamente, hay algo que me dice que no debería golpear la enorme puerta de madera. Pero quiero. 

Jazmines, lirios, rosas. Aromas se entremezclan, se acoplan perfectamente. Rosa se llama mi tía, es tan chismosa como solamente puede serlo una tía chismosa. Le gustan los lirios. Espero encontrarla pronto. El viento ruge de repente, y la flecha de la veleta apunta velozmente hacia el Norte. Hacia una enorme cerradura. Casi tan enorme como la puerta debajo de ella. ¿La cerradura no debería estar en la puerta?- susurra una diminuta voz. La llave debe ser enooorme- continúa. 

El aroma a jazmirosalirios se acentúa, y una gran flor se asoma por la chimenea humeante. Tan deslumbrante como la estela de la estrella que devastó todo. Tiene una gran hoja verde que acompaña su gran tallo. Sus pétalos celestes se abren lentamente, como saludando. Y entonces, la gran puerta se abre, al compás de las estrellas que adornan el gran cielo, ahora nocturno, que nos envuelve. ¡Señorita Luna!



Sofía - escrito para taller -


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